En diferentes etapas habéis conocido la riqueza y la pobreza, la
salud y todas las enfermedades que afligen a la Humanidad. Conocéis
el egoísmo, la soberbia, la iniquidad y la falta de caridad y también
el perdón y el amor, la nobleza y la generosidad.
El misterio de la resurrección de la carne lo ha esclarecido la
revelación de la reencarnación del espíritu. Hoy sabéis que la finalidad
de esta ley de amor y de justicia es la de que el espíritu se perfeccione,
de que no se pierda jamás, porque siempre encontrará una puerta abierta
como oportunidad que le da el Padre para su salvación.
Mi juicio en cada espíritu, por medio de esta ley, es perfecto
e inexorable.
|
Ver también La Reencarnación y la Ciencia Humana |
La reencarnación, desde el principio de la humanidad.
Cuando habitáis en la carne, vuestro espíritu viene a purificar
manchas de vidas pasadas, y se ha hecho necesario revelaros todo esto
para que podáis llevar con paciencia los sufrimientos de la Tierra.
Desde el principio de la Humanidad existe la reencarnación del
espíritu como una ley de amor y justicia y una de las formas en las
que el Padre ha demostrado su infinita clemencia. La reencarnación
no es sólo de este tiempo, lo es de todos los tiempos, mas tampoco
penséis que es hasta ahora cuando os ha sido revelado este misterio.
Desde los primeros tiempos existió en el hombre la intuición sobre
la reencarnación del espíritu; mas esta humanidad, buscando ciencias
materiales y riquezas del mundo, se dejó dominar por las pasiones
de la carne, endureciéndosele aquellas fibras con las que se percibe
lo espiritual, convirtiéndose en sorda y ciega para todo lo que corresponde
al espíritu. ¿De qué le sirve posar sus ojos en los libros que contienen
la Ley y la Doctrina que os revelé en los tiempos pasados, si su mente
no logra penetrar en su significado, ni su corazón percibe su esencia?
Recordad que la sensibilidad y la intuición espiritual están atrofiadas en los hombres, y que por eso las más de las veces, al buscar mi verdad en aquellos textos, caen en erróneas interpretaciones. Ellos tienen la luz frente a sus ojos, pero en vez de penetrar al fondo de las lecciones, se detienen en las letras, o sea en la forma exterior, con lo que frecuentemente se confunden. Mas ya estoy aquí para hacer luz en los misterios y en las tinieblas, así como para libraros de confusiones y de errores. |
Parábola
Encontrábase delante de Dios un espíritu lleno de luz, pureza e
inocencia que dijo a su Señor: -Padre, decidme cuál es mi misión porque
deseo serviros. Y el Señor con dulzura le respondió: Esperad, voy
a unir en el mundo a un hombre y a una mujer y de su unión nacerá
un hijo en el cual encarnaréis, para que siendo hijo del hombre recojáis
experiencia en las pruebas del mundo y sintáis de cerca la ternura
de una madre y la caricia de un padre.
Regocijóse el espíritu y esperó. Entre tanto, el Señor unió un
varón a una mujer con lazos de amor y así les envió por el camino
de la vida.
Un nuevo ser germinó en el seno de la mujer y entonces Dios envió
a aquel espíritu a encarnar en aquel cuerpo y al noveno mes contempló
la luz del mundo. La madre sonreía de felicidad y el padre le contemplaba
con orgullo. Aquel hijo era la obra de ambos, era el fruto de su amor.
La mujer se sintió fuerte y el hombre se sintió semejante en algo
a su Creador. Los dos se dedicaron a cultivar aquel tierno corazón.
El espíritu que animaba al hijo sonreía al contemplar la dulce
mirada de su madre y la faz severa y a la vez cariñosa del padre.
Pasó el tiempo y el padre en su lucha alejóse del nido de amor
y tomando caminos torcidos se internó hasta perderse, dejando en los
zarzales jirones de su vestidura, comiendo frutos venenosos y deshojando
las flores que a su paso hallaba.
Al sentirse enfermo y abatido recordó a los seres que había abandonado,
intentó retornar en busca de ellos, mas las fuerzas le faltaron.
Entonces, sacando fuerzas de flaqueza, arrastrándose y tropezando
por el largo camino, llegó a las puertas del hogar, donde la esposa
le recibió en sus brazos con lágrimas en los ojos: el hijo estaba
enfermo y agonizaba.
Al contemplar el padre a su hijo agonizante imploró a la caridad
divina su alivio, mesó desesperado sus cabellos y blasfemó. Mas aquel
espíritu desprendióse de su cuerpo y se fue al Más Allá.
Los padres quedaron desolados, haciéndose mutuamente responsables
de la desgracia que los afligía, él por haberse alejado, ella por
no haberlo sabido retener.
Cuando aquel espíritu llegó a la presencia del Creador le dijo:
-Padre, ¿por qué me habéis apartado de los brazos de aquella dulce
madre a quien mi ausencia ha dejado sollozante y desesperada?- A lo
que el Señor respondió: Esperad, aguardad, que nuevamente volveréis
al mismo seno, cuando aquellos hayan reconocido sus faltas y comprendido
mi Ley.
El hombre y la mujer continuaban unidos, solitarios, interiormente
arrepentidos de sus faltas, cuando nuevamente fueron sorprendidos
por el anuncio de un nuevo hijo. Dios hizo retornar al espíritu nuevamente
en aquel seno diciéndole: Sed en aquel cuerpo que se prepara para
la vida y recreaos de nuevo en aquel regazo.
Los padres que daban por perdido al primogénito, no sabían que
había vuelto a su seno, mas el vacío que el primero dejó lo llenó
el segundo, volvió la alegría y la paz a aquel hogar, volvió a sonreír
la madre y a recrearse el padre.
Ahora el varón temía apartarse de los suyos y procuraba rodearles
de amor, permaneciendo cerca de ellos.
Pero el tiempo le hizo olvidar su pasada experiencia e inducido por
los malos amigos, cayó en el vicio y en la tentación. La mujer le
reclamaba y comenzó a repudiarle; el hogar fue convertido en un campo
de batalla.
Pronto el varón cayó vencido, enfermo y debilitado, mientras la mujer,
dejando al hijo en la cuna, se levantaba en busca del pan para el
inocente y del sustento para aquel compañero que no sabía amarla ni
cuidarla.
Ella sufría humillaciones y blasfemias, atravesaba por peligros y
desafiaba los instintos de los hombres de mala fe. Y en esa forma
llevaba el pan de cada día a los labios de los suyos.
Dios tuvo caridad del espíritu inocente y antes de que abriera
sus ojos a la razón, volvió a llamarle. Y cuando el espíritu fue ante
su Señor, le dijo lleno de dolor: -Padre, nuevamente me habéis arrancado
de los brazos de aquéllos a quienes amo, mirad cuán duro es mi destino;
hoy os pido me dejéis ya sea en el seno de ellos o en el vuestro por
siempre, mas no me hagáis ya caminar, estoy cansado.
Cuando el varón volvió de su letargo, contempló un nuevo cuadro
de dolor: la esposa lloraba sin consuelo a la cabecera del lecho donde
yacía muerto el segundo hijo.
Quiso el hombre arrancarse la existencia mas la esposa le detuvo diciéndole:
-No atentéis contra vuestra vida, detened vuestra mano, mirad que
nosotros mismos somos la causa de que Dios se lleve a nuestros hijos.
El varón se serenó reconociendo que había luz en aquellas palabras.
Un día y otro fueron trayendo la calma a aquellos corazones que recordaban
con dolor a los hijos que partieron, que habían sido la alegría de
aquel hogar que después se hundió en la desolación.
El espíritu preguntó entonces a su Señor: -Padre, ¿nuevamente vais
a enviarme a la Tierra?-
-Nuevamente- le dijo el Señor, -y cuantas veces sea necesario, hasta
pulimentar aquellos corazones.
Cuando volvió a encarnar aquel espíritu, su cuerpo estaba enfermo
porque su madre se encontraba enferma y su padre también. Desde su
lecho de dolor, aquel espíritu se elevaba al Padre en demanda de alivio.
Esta vez no había contemplado la luz del mundo, no había sonrisas
en los labios de los padres, solamente llanto.
La madre lloraba desde el amanecer hasta el anochecer junto a la cuna
del infante, mientras el padre arrepentido sentía que a su corazón
lo taladraba el dolor, al ver que el hijo había heredado sus propias
lacras.
Breve fue la estancia del espíritu en aquella carne enferma, retornando
nuevamente a la presencia del Señor.
Volvió la soledad entre los esposos, pero el dolor les había unido
como nunca, sus corazones se amaban y se prometieron caminar unidos
hasta el fin de la jornada. El varón cumplía con sus deberes, ella
cuidaba a su esposo y ambos se sanaban de sus males.
Creían difícil que Dios volviera a concederles un hijo más, y he
ahí que cuando el Señor contempló que la salud corporal y espiritual
florecía en aquellos seres, les envió aquel espíritu como un premio
a la abnegación de la una y a la enmienda del otro, y del seno de
la mujer brotó un cuerpecito fragante como un capullo, que inundó
de felicidad y de paz aquel hogar.
El varón y la mujer postrados y llorando de dicha, dieron gracias
a su Señor, mientras aquel espíritu sufrido y obediente sonreía a
través del hijo diciendo a Dios: -Señor, no me apartes más de mis
padres, mira que hay paz en mi hogar, hay amor en sus corazones, hay
calor en mi cuna, hay leche y miel en el seno de mi madre, hay pan
en la mesa y en mi padre hay caricias y en sus manos herramientas
de trabajo; bendícenos
Y el Señor, con regocijo en su Espíritu, les bendijo y dejó unidos
en un solo cuerpo, en un solo corazón y en una sola voluntad.
|